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EL OJIO
DEL PROFESOR DE FILOSOFÍA
D; D. LUIS JOSÉ DE LñPEli
DlSCURSsd PRONUNCIADO POR EL ReCTOR DE LA
Universidad de Buenos Aires
D/ JUAN MAEIA GUTIEKREZ.
Con motivo de la apertura de aquel establecimiento, el dia
1. = de Marzo de 1871,
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Imprenta y Librería de Mayo, calle Moreno núm. 241
Plaza de Monserrat
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ELOJIO
DEL PROFESOR DE FILOSOFÍA
D;D. LUIS JOSÉ DE LA peía.
Discurso pronunciado por el Rector de la
Universidad de Rueños Aires '
D/ JUAN MARÍA GUTIÉRREZ.
Con motivo de la apertura de aquel establecimiento, el dia
1. c de Marzo de 1871.
BUENOS AIRES
Imprenta y Librería de Mayo, calle Moreno núm. 241
Plaza de Monserrat
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Señores
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^ El Reglamento que nos gobierna me impone el de"
o-'" her de dirigir la palabra al honorable é interesante
auditorio que me dispensa su atención en cada prime-
ro de Marzo. En estas ocasiones vuestro espíritu y el
^^ mió se sienten p.oseidos de iguales sentimientos, de
^ ideas casi idénticas; porque volviendo á esta casa de
^15;^ estudios después de una temporada de descanso y de
Q esparcimiento del ánimo, ansiamos por entregarnos
"^- nuevamente al cultivo de los conocimientos eíementa-
5 les y de las ciencias que abriga en su seno la Univer-
' J sidad. En este sentido siempre me ha sido grato cons-
o tituirme en intérprete de vosotros mismos, ocupándo-
te me de honrar el estudio; de estimular al trabajo en la
J carrera ardua de las facultades madores; de mostrar la
- conexión íntima que guardan entre sí todos los cono-
<^ cimientos humanos, y la necesidad de comprenderlos
r¡ en un plan bien ordenado de estudios, sin esclusion
^^ff de uno solo; de recordar, en fin, bajo mil formas y
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maneras, que, el término, la aspiración final de una
cultura sana del entendimiento, es, la mejora, la per-
fección moral de nuestra naturaleza — la cual consiste
en el sentimiento de la dignidad de hombre, en la po-
sesión de un carácter leal, en las virtudes del ciuda-
dano y en el amor á las instituciones que garanten la
libertad.
Hoy debo hacer un paréntesis á estas predilectas
materias de mi conversación oficial de algunos minu-
tos con mi auditorio. La obligación y la gratitud me
llevan al pié de una tumba reciente en donde descan-
san ya en paz setenta años afanosos, consagrados en
su mayor parte á acumular riquezas intelectuales, no
para atesorarlas como el egoísta, no para engalanar
con ellas una personalidad vanidosa, sino para derra-
marlas como aguas de salud, como aromas preserva-
doras de la vida del alma, sobre la cabeza de la juven-
tud amiga del estudio.
Veis, señores, como vamos poco á poco ro-
deándonos de las imájenes de aquellos que desde la
silla del profesor ó del magistrado han merecido bien
de la posteridad estendiendo el círculo de la instruc-
ción pública. (J) Esa es la galeria de nuestra nobleza;
esos son los héroes dignos del preferente amor del
republicano, que es por excelencia amigo de la paz,
de la ley, y de la persuacion, fuerza inmaterial pero
mas poderosa que el acero. Pues bien: mientras que
el pincel del artista no nos ofrezca al lado de la de
1. AIiisio:i á los retratos reunidos en el síihm principal de la Uni-
versidad.
— 5 —
sus compañeros de misión, la imájen del hombre que
acaba de perder la Universidad, permitidme, señores,
que sin exajeracion y con la sencillez con que se es-
presa la verdad, os trace algunos rasgos de la vida
del que fué hasta ahora pocos dias, nuestro profesor
de Filosofía y de Literatura, y bajo cuyo nombre pue-
den escribirse sin lisonja las palabras del poeta: non
omnia morior.
El Doctor Don Luis José de la Peña, considerado
bajo el punto de vista en que ahora se nos presenta,
es una de las mas antiguas inteligencias porteñas des-
pertadas á la luz de la época nueva con la erección de
la Universidad de Buenos Aires. Él habia terminado
sus estudios según. las viejas disciplinas escolares, en
los Seminarios de esta ciudad , en el colegio de San
Carlos y en la Universidad de Córdoba. Era filósofo,
era teólogo, sabia de memoria las institutas de Justi-
niano; pero estos conocimientos que apenas le habili-
taban para desempeñar las funciones y deberes del
sacerdote ilustrado, dejábanle un vacio que mortificaba
su espíritu haciéndole dudar de la importancia y utili-
dad de la ciencia trasmitida por sus maestros. Al
Dr. Peña, cujos instintos aventajados habían conduci-
do á esta situación desconsolada, tocóle la fortuna que
hasta entonces habia sido negada á aquellos de sus
antecesores que pudieron hallarse en situación análoga.
Un simple decreto, una idea bajo la forma de dispo-
sición gubernativa, vino á confirmarle en la sospecha
que, las ciencias, no son ni verdad ni elemento de
progreso social, mientras no son razonadas, aplicadas.
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— 6 —
auxiliadas unas por otras, y enseñadas por métodos
que constituyen por sí solos un ramo especial de los
conocimientos humanos.
Todo esto reveló á los espíritus del temple del que
Dios habia concedido al Dr. Peña, el plan de estudios
de la Universidad, cuando esta abrió sus puertas (allí
mismo donde habia imperado el escolasticismo) y mos-
tró sus gabinetes esperimentales, su museo de historia
natural, sus observatorios, sus métodos lógicos, sus
libros elementales propios y redactados espresamente,
y sus dignos, celosos y esperimentados profesores, al-
gunos de los cuales se habían señalado en Europa no
solo por su saber y talentos sino también por sus vir-
tudes.
En aquel palenque que se abria á la actividad de la
inteligencia, todas las ciencias militaban de consuno,
confundíanse armoniosamente, se completaban ayudán-
dose para llegar á un fin que entusiasmaba los corazo-
nes y los abria á la esperanza de un estado social mas
perfecto que el pasado.
El Dr. Peña que poco antes de los días á que me
refiero, habia concurrido como opositor á la clase de
Filosofía del Colegio de la Union del Sud, en que se
habia trasformado el de San Carlos, aceptando como
contendor á un hombre de genio, al Dr. D. Juan Cri-
sóstomo Lafinur, tan inspirado como sin ventura; tomó
la discreta resolución de convertirse, en verdadero dis-
cípulo de la Universidad naciente y se resignó á pedir-
la la ciencia que conocía le faltaba.
Igual trasformacion habia espcrimentado otro porte-
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ño que se ilustró cultivando las matemáticas, contem-
poráneo y amigo del Dr. Peña. Existia entre ambos
una diferencia proveniente de la índole de las cien-
cias á que se habian consagrado,— el uno por predi-
lección, el otro, tal vez, por consideraciones de fa-
milia y condescendencia de buen hijo.— D. Avelino
Diaz, que á este carísimo maestro es á quien me re-
fiero, pudo disponer y ajustar sus métodos á los fines
generales á que tendía la enseñanza nueva, al mismo
tiempo que enseñaba elementalmente las ciencias físi-
co-matemáticas en el departamento de estudios prepa-
ratorios, y pudo así, á la terminación de su primer
curso, presentarle como modelo de lógica y de ele-
gante locanismo. Pero no pudiendo trillar este mis-
mo camino el Dr. Peña, se encerró con un empleo
administrativo, en los claustros del ((ColegÍ3 de cien-
cias morales,» donde una escogida porción de jóve-
nes de toda la República recibía educación literaria
J)ajo los planes y profesores de la Universidad.
En aquel tiempo era el Dr. Peña uno de los hom-
bres, de cuantos he conocido, mejor dotado para de-
sempeñar el papel que por aplicación y amor á per-
feccionarse se había trazado. Joven, de porte siem-
pre digno, de maneras comedidas, de palabra persua-
siva, era en aquel colegio donde se formaron tantos
talentos distinguidos y tantos caracteres severos que
afrontaron la tiranía, el punto atrayente hacia el cual
convergían, como al seno de un filósofo antiguo, toda
aquella juventud pidiéndole solución á sus dudas, con-
sejos para estudiar con mayor aprovechamiento, lee-
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tura amena, modelos de buen gusto para espresar con
corrección las ideas; la esplicacion de un teorema, la
planteacion de un problema, el valor de una incógni-
ta, la demostración de alguna ley de la naturaleza fí-
sica. Él, por decirlo así, se multiplicaba por .tantas
unidades como eran las materias del curso preparato-
rio, desde los rudimentos de la aritmética hasta las
ecuaciones algébricas, desde las cuestiones de gramá-
tica hasta las de sicología. En su cuarto, que era una
celda sencilla, en el claustro, en los patios durante
las horas de recreo, en todas partes y á toda hora, se
le veía siempre al Dr. Peña rodeado de discípulos ávi-
dos de escucharle, deteniéndose de cuando en cuando
para esplicar el sentido de algún orador ó algún poe-
ta, ó para trazar sobre el pavimento la figura de un
polígono ó de un volumen para demostrar sus propie-
dades, mientras que el resto del bullicioso enjambre
escolar se entregaba á pasatiempos varoniles.
Ya se comprende cuan atareada debía ser y cuan
llena la existencia del joven «Regente de estudios» del
Colegio de ciencias morales, puesto que para enseñar
le era forzoso aprender, asistir como simple alumno
á las clases universitarias y profundizar y estender con
estudios especiales los conocimientos adquiridos en el
aula á fin de poder trasmitirlos con claridad y con efi-
cacia. Él era el intermediario inteligente entre la en-
señanza de pocas horas de la Universidad y el estudio
permanente bajo las bóvedas austeras del internado;
así como también era el modelo, el ejemplo práctico
del carácter que al fundarse la Universidad había que-
— 9 —
rido dar el gobierno á la educación pública para que
esta no solo produjera sabios, sino ciudadanos activos,
hombres despreocupados, desprendidos de pequeneces
y errores coloniales y celosos de la libertad y del bien
público.
Todo esto se logró mas allá de lasesperanzas de los
buenos patriotas que idearon un plan tan exelente. Los
frutos fueron pingües como lo atestigua nuestra historia
inmediatamente posterior á aquella época; y si asi como
fueron precoces y pingues no fueron mas duraderos, la
culpa consistió en olvidar que para que una buenainstitu-
cion prospere y resista los embates es preciso colocar-
la bajo la protección de otras instituciones de igual índo-
le. Pero á par de algunos aciertos adolecía en su base
el edificio político levantado después del año veinte, de
vacíos y defectos que tarde ó temprano debían arrojarle
por tierra. Por una fatalidad que no es del caso
considerar aquí, los mismos obreros del bien prepara-
ron en gran parte el advenimiento de un régimen per-
sonal, absoluto, que era la negación de la ley como
fué la mancha de nuestra naciente civilización. La re-
volución militar mató el civismo; la jeneralidad aceptó
al tirano como garantía del orden, y unos cuantos, que
como he dicho, no estaban escentos de culpa en la gran
desgracia que humillaba ala patria, salieron para el es-
tranjero prometiéndose pronto regreso á sus hogares,
cuando en realidad comenzaba para ellos un ostracismo
deveinte años.
De este número fué el Dr. Peña, Se asiló en el
Estado Oriental con la mayor parte de los prohombres
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del partido unitario y siguió la suerte de estos en to-
das sus vicisitudes, en todas sus emigraciones, en los
varios destierros en que incurrieron á causa de los ce-
los que desde el otro lado del rio inspiraban al poder
suspicaz triunfante en Buenos Aires. Pero el Dr. Peña
en donde quiera que llegaba, fuese en las islas del Sur
del Brasil, en Santa Catalina, en la Colonia del Sacra-
mento, en Mercedes ó en Montevideo, se consagraba á
la enseñanza, ya como simple maestro de primeras le-
tras, ya como profesor de humanidades ó de ciencias
exactas, según las aptitudes de aquellas poblaciones y
las exijencias de su cultura social.
Este misionero de la intelijencia, consagrado á der-
ramar la instrucción sinla cual no se redime el alma, era
precedido por todas partes de la fama de educacionis-
ta, no por que él se hiciese el inmodesto heraldo de
su santa vocación, sino porque los hechos hablaban elo-
cuentes á su favor y se hacian notorios por la fuerza
de su virtud misma, como el aroma de ciertas flores
que no permite ala maleza que las esconda del todo.
El Dr. Peña hacia la caridad de la educación según
la máxima evangélica de que el bien que dispense la
mano derecha debe ignorarlo la izquierda. La hacia
sin mira ni esperanza de recompensa, nada mas que
por la noble y esquisita satisfacción de redimirinteligen-
cias de la ignorancia, que vale tanto como salvar con-
ciencias de la inclinación al mal.
Seria largo y molesto seguirá nuestro profesor en
todos sus trabajos de esta naturaleza. La importancia
y variedad de los servicios que prestó á la juventud
— 11 —
puede graduarse por los diversos trataditos elementa-
les que dio á luz mejorando los métodos para enseñar á
leer, para escribir con elegancia, para contar con pron-
titud. Y como sus aptitudes eran tan variadas como só-
lidas y llenas de esperiencia, cuando el gobierno de la
defensa de Montevideo, sin desmayar por las penurias
que le cercaban, quiso apoyarse en las fuerzas morales
y trató de regularizar la enseñanza superior, recurrió al
Dr. Peña y le colocó al frente de un Consejo encargado
de estudiar y realizar un plan completo de enseñanza
universitaria. El empeñoso profesor llenó satisfacto-
riamente su cometido: trazó el plan, distribuyó las ma-
terias, escribió los programas, presidió los concursos
de profesores y él mismo se colocó en el número de es-
tos desempeñando aquellas asignaturas que exigían ma-
yores tareas.
Refiérese en la historia de las letras castellanas,
que, habiendo sido arrebatado de su cátedra un maes-
tro célebre de aquella nación, por una gran desgracia
política, volvió después de años á encontrarse entre sus
discípulos, y dando como no transcurrido el largo tiem-
po de su ausencia, anudó su lección con la que habia
dejado pendiente, diciendo á su auditorio: « os decía
ayer » . . . Esta serena abnegación que se recuerda por
los españoles como distintivo de un carácter esforzado,
me viene á la memoria cuando veo al Dr. Peña, des-
pués de un prolongado periodo de ajitada vida pública,
asilarse sin mortificación ni violencia bajo el techo de
su casa paterna en donde su hermano D. Juan, de ben-
decido recuerdo, habia mantenido una exelente escuela
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— 12 —
primaria. Alli, complementándola enseñanza elemen-
tal del maestro de primeras letras, se rodeó de los hijos
de sus antiguos discípulos y prolongó para las nuevas
jeneraciones aquellos mismos servicios que prestara
veintitantos años antes á los alumnos del Colejio de cien-
cias morales.
La antigua vocación se despertó de nuevo en el
Dr. Peña y se consagró esclusiva y asiduamente á la en-
señanza con un entusiasmo que parecía incompatible
con sus años. Volvió á la Universidad, y aquí, con la
regularidad de un cronómetro, le habéis visto por años
enteros asistir diariamente á sus clases, ya como pro-
fesor de filosofía, ya de literatura así que comenzó á
ensayarse esta útil enseñanza cuyas primeras dificultades
tuvo él la habilidad de vencer valiéndose de aquella dul-
ce atracción que ejercía sobre los espíritus tempranos
éinespertos.
Pero esas tareas no agotaban su celo ni su activi-
dad. El profesor de la Universidad salía de sus aulas
para presidir la complicada administración del depar-
tamento de Escuelas; y el jefe de este ramo de la ad-
ministración volvía á convertirse en las pocas horas li-
bres que le dejaban los empleos, en maestro privado
de idiomas ó en director de los alumnos maestro de la
Escuela normal que también tuvo á su cargo. Esta
es la historia de la existencia del Dr. Peña hasta que
agoviado bajo el peso de la tarea dobló para siempre la
cabeza sobre los libros en que bebia la ciencia para co-
municarla.
Yo no he hecho mas que bosquejar una vida tan
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llena como meritoria: vosotros que fuisteis sus discí-
pulos, vosotros que preparáis un monumento á su me-
moria que redundará también en honra vuestra, sabéis
cuan atrás he quedado en el encarecimiento de los
méritos del Señor Dr. D. Luis José de la Peña, como
maestro y como amigo de la juventud. Yo no vacilo
ni por un momento para presentarle como el modelo
del profesor. Podrá haberlos tan intelijeutes como él;
pero no tan desinteresados; pero no tan movidos como él
por los resortes del patriotismo, ni tan prescind entes
de todo otra idea que no se relacionase con el aprove-
chamiento del discípulo y con la dignidad de la mi-
sión para que Dios le habia tocado en el corazón y en
la intelijencia.
He cumplido con el deber de recomendar la me-
moria de uno de los miembros de la Universidad que
ha fallecido honrando el puesto que desempeñaba en
ella; y concluyo deseando para mi pais que jamás se in-
terrumpa entre nosotros esa serie de maestros de vo-
cación sin los cuales podrán progresar las teorías
científicas, pero no convertirse las ciencias en virtudes
para la sociedad. De estos puede decirse con Cicerón,
que viven después de la muerte: mortui vivunt.